¿Estamos hablando demasiado de salud mental?

¡Hola! En la Newsletter de hoy debatiremos acerca de si, como sociedad, estamos hablando demasiado de salud mental. Y es que aunque este aumento de conciencia sobre ella es positivo, distintas investigaciones han destacado algunos efectos colaterales inesperados y negativos. Del mismo modo y como siempre, haremos un repaso de la actualidad en el mundo de la Psicología.

¡Empezamos!

— Natalia Menéndez, Pol Bertran

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La conciencia sobre la salud mental: efectos colaterales 🧠

En los últimos años hemos asistido a un cambio notable en cuanto a la normalización de la salud mental. Hasta hace unos años, prácticamente nadie hablaba sobre sus problemas emocionales de manera abierta. Incluso, acudir al psicólogo era algo atípico y motivo de vergüenza para quienes se atrevían a dar el paso. Afortunadamente, cada vez se habla más de la importancia de cuidar nuestro bienestar emocional y eso ha permitido romper este estigma que siempre había estado presente. Dicho paso ha marcado a las nuevas generaciones, permitiendo reflexionar sobre patrones y dinámicas nocivos que hasta ahora se venían normalizando. 

Este movimiento pro salud mental se ha visto claramente potenciado por el altavoz de las redes sociales. Es por ello que las nuevas generaciones son las que vienen tomando una conciencia mucho mayor acerca de los problemas psicológicos, mostrando una apertura nunca antes vista a la hora de hablar de sus dificultades e incluso de sus experiencias realizando psicoterapia. Plataformas como TikTok o Instagram están plagadas de vídeos donde jóvenes buscan concienciar acerca de la salud mental a través de sus propios testimonios. Y no sólo eso, también son innumerables los perfiles de profesionales de la salud mental que tratan de brindar psicoeducación mediante historias y carruseles, un formato más atractivo para el público general. 

Aunque a priori fomentar esta conciencia es un cambio positivo, algunas investigaciones parecen apuntar a la presencia de ciertos efectos colaterales inesperados. En países como Reino Unido o Australia esto ha podido conocerse analizando el impacto de intervenciones escolares diseñadas para potenciar la salud mental de los alumnos. Aquellos que sí participaron no tuvieron, según los resultados obtenidos, una mejora en su salud emocional frente a los compañeros que no participaron.

Incluso, algunos estudiantes que sí participaron mostraron un empeoramiento temporal en su bienestar emocional. Los investigadores plantean la posibilidad de que hablar en exceso de salud mental puede estar generando una tendencia a interpretar malestares cotidianos como síntomas de determinadas psicopatologías. En definitiva, la conversación permanente sobre la salud psicológica puede estar patologizando en exceso estados que forman parte de la normalidad. 

Añadido a lo anterior, investigaciones procedentes de Estados Unidos han demostrado que las etiquetas diagnósticas autoimpuestas guardan relación con un déficit en habilidades de afrontamiento. En otras palabras, el abuso de las etiquetas hace que estas se conviertan en un escudo para evitar asumir responsabilidades o transitar la incomodidad. 

La preocupación de los investigadores en la materia reside en que el remedio sea peor que la enfermedad. Hablar de salud mental ha supuesto un punto de inflexión clave para el bienestar de la población, pero un discurso mal enfocado puede resultar iatrogénico especialmente en segmentos de la población vulnerables como es el caso de los adolescentes.

Nuevos rumbos para la psicoeducación 🍂

¿Qué implicaciones tienen estos sorprendentes hallazgos? Pues bien, son diversos los ámbitos en los que quizá es necesario replantearse el cauce que está tomando la psicoeducación.

En primer lugar, es indispensable revisar el uso de las redes sociales como altavoz para una cuestión tan seria como es la salud. En el momento presente, cualquier persona puede abrirse un perfil y divulgar sobre salud mental, sin necesariamente ofrecer información veraz y contrastada. Incluso, hay profesionales que llevan a cabo un evidente intrusismo profesional divulgando sobre cuestiones para las cuales no están cualificados. Debemos preguntarnos si esto es ético y si es posible utilizar el enorme potencial de las redes de una manera quizá más controlada.

En segundo lugar, es fundamental que las intervenciones que se realizan en entornos como los centros escolares sean adecuadamente revisadas, de manera que la educación brindada a los jóvenes en salud mental sea realmente útil y, lejos de fomentar la sobreidentificación con los diagnósticos, resulte empoderadora para ellos. 

Lo cierto es que por el momento no es posible plantear conclusiones de manera clara. Las investigaciones realizadas hasta el momento aún son pocas. Si bien se sospecha aquello que no toma un rumbo correcto, todavía no hay certeza en cuanto a las acciones específicas que se pueden adoptar para fomentar la salud mental sin efectos secundarios. 

Quizá no es correcto afirmar que estamos hablando demasiado de salud mental. Es posible que lo que toque revisar no sea tanto el “cuánto” sino el “cómo”. Además, no podemos ignorar la influencia de otras muchas variables que condicionan el estado emocional de las personas más allá de la información que reciben a través de las redes sociales o de programas de capacitación.

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