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Cuando “un scroll más” se convierte en algo peligroso
🧠 Un estudio con más de 4.000 jóvenes revela que el uso adictivo de redes sociales se asocian con mayor ideación suicida y peores síntomas emocionales y conductuales 🧠
Durante años hemos debatido si “demasiadas horas de móvil” afectan la salud mental adolescente. Pero un nuevo estudio cambia el foco por completo: no son las horas, sino los patrones de uso adictivo los que predicen mayor riesgo emocional. Siguiendo durante cuatro años a más de 4.000 jóvenes, los investigadores observaron que quienes mostraban un uso cada vez más compulsivo de redes, móviles o videojuegos tenían más probabilidades de presentar ideación suicida y síntomas psicológicos. En esta Newsletter te cuento qué significa y por qué importa.
— Pol Bertran
¿Usar pantallas “de forma adictiva” puede poner en riesgo la salud mental? 🧠
En los últimos diez años, gran parte del debate público sobre infancia y adolescencia se ha centrado en el uso de pantallas. ¿Cuántas horas son demasiadas? ¿Es peor TikTok o los videojuegos? ¿Importa la duración o importa el tipo de uso? Hasta ahora, la mayoría de estudios se había quedado en la medida más superficial: el tiempo total de exposición. Pero esta variable tiene un problema evidente: dos adolescentes pueden pasar tres horas frente al móvil con efectos psicológicos radicalmente distintos.
La clave no es cuánto lo usan, sino cómo lo usan. Y especialmente, si el uso cumple criterios de adicción: pérdida de control, necesidad creciente, interferencia con la vida cotidiana y malestar cuando no se tiene acceso.
Un nuevo estudio longitudinal (uno de los más grandes realizados hasta la fecha en Estados Unidos) aporta luz en esta dirección. En lugar de medir horas de pantalla, siguió durante cuatro años la trayectoria de uso adictivo de redes sociales, móviles y videojuegos en más de 4.200 jóvenes. No es un análisis estático: es una película completa de cómo se comporta el uso digital a lo largo del tiempo.
El objetivo era claro: descubrir si estas trayectorias (no el tiempo total de pantalla) están asociadas con mayor riesgo de ideación suicida, intentos suicidas y problemas emocionales y conductuales. Lo que encontraron es tan relevante como inquietante.
Tres caminos digitales: cómo evolucionan las pantallas en la vida de un adolescente
Los investigadores identificaron varios “perfiles evolutivos” de uso adictivo. No se trata de categorías abstractas, sino de grupos de jóvenes cuyas conductas digitales seguían patrones similares a lo largo de los años:
Algunos mantenían niveles bajos y estables.
Otros empezaban moderados y crecían progresivamente.
Y un tercer grupo mostraba niveles persistentemente altos, como una curva que no llega a bajar.
Lo más llamativo es que casi un tercio de los adolescentes seguía una trayectoria de uso adictivo creciente tanto para redes sociales como para el móvil. Este aumento empieza alrededor de los 11 años, justo cuando muchos jóvenes acceden a su primer teléfono personal.
El estudio también identificó dos trayectorias específicas en videojuegos: una baja y otra con uso adictivo persistente. Aunque no todos los adolescentes “escapan” hacia el uso problemático, las curvas crecientes son suficientemente frecuentes como para considerarlas un fenómeno estructural, no una excepción. Y, lo más importante: estas trayectorias crecientes, no las horas totales de pantalla, fueron las que predijeron los riesgos psicológicos más serios.
La cara oscura del uso adictivo: ideación suicida y síntomas emocionales
La pregunta central del estudio era directa: ¿existe una asociación entre el uso adictivo de pantallas y la aparición de pensamientos o conductas suicidas?
La respuesta, tristemente, fue sí. Los adolescentes que seguían una trayectoria adictiva creciente en redes sociales tenían más del doble de riesgo de presentar comportamientos o ideación suicida comparados con aquellos en niveles bajos y estables. Las trayectorias “altas desde el inicio”, especialmente en redes sociales, también mostraron incrementos de riesgo similares.
Este patrón se replicó en móviles y videojuegos, con matices según el tipo de uso. Los videojuegos, por ejemplo, no se asociaron a tanto riesgo suicida como las redes, pero sí se vincularon a mayor sintomatología internalizante (ansiedad, tristeza, retraimiento) en los jóvenes que mostraban uso adictivo alto.
Por su parte, las trayectorias de redes sociales en crecimiento se relacionaron con síntomas externalizantes: impulsividad, irritabilidad, conflictos con normas y dificultades de autorregulación. Pero el matiz más importante es este: el tiempo total de pantalla no predijo nada. Dos adolescentes pueden usar el móvil dos horas al día, pero si uno de ellos lo hace de forma compulsiva y creciente, ese es el que aparece estadísticamente en riesgo.
¿Qué nos dice todo esto sobre la adolescencia actual?
Este estudio no sugiere que las pantallas sean peligrosas por sí mismas. Lo que señala es una diferencia crítica entre uso y uso adictivo. La mayoría de jóvenes no desarrolla patrones problemáticos, pero un porcentaje significativo —entre un cuarto y un tercio, según el tipo de pantalla— sí muestra trayectorias de riesgo psicológico claras. ¿Por qué? Hay varias explicaciones plausibles:
La autopresentación constante: Las redes sociales, especialmente a edades tempranas, crean un entorno donde la valía personal se mide en indicadores externos: likes, comentarios, visibilidad. Eso impacta directamente en la autoestima vulnerable propia de la preadolescencia.
El refuerzo inmediato: Los algoritmos diseñados para maximizar el tiempo de uso facilitan la transición de hábito a dependencia emocional. No es solo entretenimiento: es regulación emocional. Y un adolescente que regula su ansiedad únicamente a través del móvil se mueve hacia un patrón adictivo.
La sustitución de experiencias: El uso problemático tiende a desplazar actividades fundamentales para la salud mental: sueño, actividad social presencial, juego libre, deporte o descanso cognitivo.
La mayor sensibilidad emocional del cerebro adolescente: La adolescencia amplifica las intensidades: emociones, relaciones, comparaciones. Combinar eso con plataformas donde todo es visible y todo compite puede ser explosivo.
Por eso, las trayectorias importan tanto: muestran cómo evoluciona el vínculo psicológico con la pantalla. No se trata de horas, sino de dependencia.
Hacia una nueva forma de pensar la salud digital
Una de las conclusiones más útiles del estudio es que la prevención no debería centrarse en limitar minutos, sino en comprender patrones. Padres, educadores y profesionales de salud mental pueden beneficiarse más observando señales como: uso creciente y compulsivo, irritabilidad cuando no hay acceso, interferencia con el sueño, reducción de actividades sociales fuera de pantalla, necesidad de estímulo constante y uso de pantallas para regular emociones difíciles.
El objetivo no es demonizar la tecnología, sino identificar cuándo deja de ser una herramienta y empieza a convertirse en un refugio emocional rígido. El análisis final del estudio es claro: las pantallas no producen sufrimiento psicológico por sí solas, pero ciertos patrones de uso sí se asocian con más riesgo de suicidio, más sintomatología emocional y más conductas problemáticas. Y esos patrones son detectables. Lo que está en juego no es reducir la tecnología, sino comprender la relación emocional que los jóvenes establecen con ella.
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