"El ataque del alcohol al cerebro" o cómo esta droga afecta a nuestra mente

¡Hola! En la Newsletter de hoy hablaremos acerca del impacto del alcohol en nuestra mente, pues el cerebro es uno de los órganos que más se resienten del consumo de esta droga que, por desgracia, tan arraigada está a nuestra realidad social. Del mismo modo, analizaremos el origen de esta aceptación cultural y, como siempre, haremos un repaso de la actualidad en el mundo de la Psicología.

¡Empezamos!

— Natalia Menéndez, Pol Bertran

Los efectos del alcohol en nuestra mente 🧠

El alcohol es una sustancia bien conocida en nuestra sociedad. Su presencia está totalmente extendida y forma parte de infinidad de escenarios cotidianos: celebraciones, reuniones, momentos de descanso y diversión…suelen incluirlo como protagonista. Se trata de una droga accesible, cuyo consumo se encuentra extremadamente normalizado. Es por ello que la línea que separa el consumo “normal” del problemático parece a menudo difusa.

Más allá de los patrones culturales, la ciencia indica que no existe un nivel seguro de consumo de alcohol. La única forma de proteger nuestra salud es la abstinencia, algo que se antoja complicado en un entorno donde la bebida es un símbolo de diversión y socialización.

Aunque al inicio el alcohol provoca desinhibición y euforia, lo cierto es que es una droga depresora del Sistema Nervioso Central. Este altera las vías de comunicación del cerebro, perjudicando nuestro equilibrio, habla, memoria y juicio. Puede incluso, a largo plazo, reducir el tamaño de nuestras neuronas.

El alcohol tiene la capacidad de crear tolerancia y dependencia a nivel físico y psicológico, lo que conduce a muchas personas a desarrollar una adicción. Las personas que desarrollan un consumo abusivo y persistente de esta droga suelen desarrollar enfermedades crónicas, aumentando el riesgo de mortalidad.

Lo cierto es que todos hemos podido ver la típica imagen de la persona alcoholizada que vive en una situación deplorable y cuyo aspecto deja ver el deterioro por la adicción. Sin embargo, no todo el mundo que sufre una adicción al alcohol encaja necesariamente en esta imagen extrema.

Muchas personas se relacionan con el alcohol de forma patológica sin que resulte evidente, incluso pudiendo tener la aprobación del entorno. Por ejemplo, el alcoholismo puede darse en forma de “atracón” durante los fines de semana, una tendencia común entre los jóvenes. En este sector de la población el uso del alcohol es una constante y un importante vehículo para la diversión, por no hablar de la baja percepción del riesgo y la especial vulnerabilidad de su sistema nervioso aún en desarrollo. En estos casos, la bebida también puede deteriorar funciones cerebrales como la memoria o las habilidades ejecutivas, aquellas que permiten la planificación y regulación de la conducta.

Más allá de la desinhibición y la euforia que se vive a corto plazo, es importante recordar las consecuencias a medio y largo plazo que el alcohol tiene en nuestro sistema nervioso. Su efecto neurotóxico repercute especialmente en tres redes neurales:

• Red frontocerebelar: Aquella responsable de la marcha y el equilibrio.

• Red frontolímbica: Implicada en la memoria, la motivación y la autoconciencia.

• Red frontoestriada: Responsable de la regulación emocional, la inhibición y la flexibilidad cognitiva.

Todo ello conduce a la persona alcoholizada a una mayor lentitud motora y mental, tendencia a la distracción, rigidez cognitiva, fallo de memoria, dificultad para tomar decisiones planificadas, mala regulación de las emociones, etc. Todo ello se traduce en consecuencias negativas en todas las esferas de la vida (familiar, laboral, social…).

Estos déficits suponen un enorme desafío incluso cuando la persona desea volver a un estado de abstinencia. El daño cerebral del alcohol puede llevar a una enorme dificultad para adherirse al tratamiento, al limitar la regulación emocional, la motivación o la toma de decisiones en favor de metas a medio y largo plazo. Además, dependiendo de la severidad de la adicción no siempre es viable revertir por completo el daño causado, quedando secuelas que pueden condicionar la vida del paciente.

El origen de la aceptación cultural del consumo de alcohol 🍺

La relación del ser humano con el alcohol encuentra sus orígenes muchos siglos atrás. En los inicios, el alcohol era un elemento presente en rituales de carácter religioso y/o cultural. También era empleado como un remedio con finalidad terapéutica. Sin embargo, hoy en día la normalización del alcohol tiene poco que ver con estos escenarios.

En la actualidad, el alcohol es ampliamente popular porque se vincula con la diversión, la desinhibición y la aceptación de los demás. Aunque hay quienes beben en privado, la gran mayoría de la gente se inicia con el alcohol en un contexto social.

Para empezar, quienes eligen no beber a menudo se sienten juzgados y presionados, de forma que son pocos los que poseen la capacidad de decir no y mantenerse firmes en su intención. No beber no es una opción en muchos locales y fiestas, donde evitar el alcohol es sinónimo de ser aburrido y no integrarse.

Añadido a esto, el efecto depresor del alcohol hace que nos relajemos y fluyamos con más espontaneidad. Esto puede ser tentador en aquellas personas con escasas habilidades sociales que pueden sentirse cohibidas en reuniones con los demás. No podemos ignorar que somos seres sociales y lo más valioso para nosotros es la aceptación de los iguales, pudiendo estar dispuestos a sacrificar nuestra salud para lograrla.

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