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El extraño poder del miedo: por qué ver pelis de terror puede calmar tu ansiedad

🧠 Aunque parezca contradictorio, exponernos al miedo en un entorno seguro, como una película de terror, puede enseñarle al cerebro a manejar mejor la ansiedad, la incertidumbre y el estrés del día a día 🧠

Las películas de terror no solo nos asustan: también pueden ayudarnos a mantener la calma en la vida real. Según la psicología actual, ver miedo en la pantalla entrena al cerebro para anticipar amenazas, regular emociones y fortalecer la resiliencia. Lejos de ser simple morbo, el terror es un laboratorio emocional: nos permite jugar con el miedo, entenderlo y, con suerte, salir de la oscuridad un poco más fuertes que antes. En la Newsletter de hoy, en la víspera de Halloween, exploraremos este curioso terreno.

— Pol Bertran

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¿Por qué ver películas de terror puede aliviar la ansiedad? 🎃

Dormir mal envejece el cerebro, pero ¿y si el miedo lo fortalece? Aunque parezca una contradicción, un cuerpo creciente de investigaciones sugiere que ver películas de terror podría ayudarnos a gestionar mejor la ansiedad y el estrés.

Lo que para unos es puro masoquismo, como sufrir voluntariamente durante The Exorcist o Hereditary, para otros es una forma de catarsis emocional, una pequeña terapia doméstica con final feliz: sobrevives a los sustos… y te sientes mejor.

El misterio del placer del miedo 🎬

Aristóteles ya se preguntaba por qué disfrutamos con lo que nos asusta. Desde entonces, filósofos y psicólogos han intentado resolver este viejo enigma: si el miedo es una emoción diseñada para alejarnos del peligro, ¿por qué tanta gente busca provocárselo voluntariamente?

La respuesta empieza a aclararse. Según varios estudios liderados por el psicólogo Coltan Scrivner (Arizona State University), las historias de terror funcionan como un entrenamiento emocional. Nos permiten experimentar el miedo en un contexto seguro, aprender a tolerarlo y reinterpretarlo.

En otras palabras: el cerebro practica cómo reaccionar ante lo desconocido sin sufrir consecuencias reales. Esa “simulación del peligro” activa las mismas áreas cerebrales que la ansiedad o el estrés, pero con una diferencia esencial: podemos controlar cuándo empieza y cuándo termina. Si la película nos supera, bastan unos segundos de pausa o un vistazo a las luces encendidas para volver a la calma. El resultado es una especie de “vacuna emocional”: una dosis controlada de miedo que enseña al sistema nervioso a regular su respuesta ante las amenazas.

Tres tipos de amantes del horror 👻

Scrivner y su equipo han identificado tres perfiles de espectadores de terror, y cada uno revela algo distinto sobre nuestra psicología.

  • Los “Adrenaline Junkies” buscan la descarga física del miedo. Les encanta sentir el corazón acelerado y la adrenalina subiendo; viven el terror como una montaña rusa emocional.

  • Los “White Knucklers” (literalmente, los de “nudillos blancos”) no disfrutan del miedo en sí, pero sí del alivio posterior. Ver una película de miedo para ellos es una prueba de superación: se enfrentan al temor y lo dominan.

  • Los “Dark Copers”, en cambio, usan el terror como espejo de la realidad. Ven esas películas para comparar su vida cotidiana con lo que podría ser peor, o para procesar emociones difíciles —ansiedad, tristeza, rabia— en un espacio simbólico.

Lo interesante es que estos tres grupos no son mutuamente excluyentes. Todos comparten un mismo impulso: la curiosidad mórbida, esa necesidad humana de asomarse al abismo sin caer en él. Como explica Scrivner, esta tendencia puede haber tenido una función evolutiva: observar el peligro, incluso de lejos, nos ayudaba a prepararnos para sobrevivirlo. Hoy, lo hacemos desde el sofá.

El cerebro como simulador de amenazas 🧠

Más allá de la emoción, la ciencia cognitiva sugiere que las historias de terror entrenan nuestro cerebro a gestionar la incertidumbre. El filósofo y neurocientífico Mark Miller lo resume así: “El cerebro es una máquina de predicciones. Se pasa la vida simulando el mundo para anticipar lo que podría ocurrir.” 

Cada vez que vemos una película de miedo, este simulador interno se pone a prueba ¿El ruido viene del pasillo o del viento? ¿Sobrevive el protagonista? ¿Estoy realmente a salvo? Esa tensión entre lo que esperamos y lo que sucede mantiene activo el “motor anticipatorio” del cerebro, afinando su capacidad para prever, interpretar y reaccionar ante lo inesperado.

De hecho, varios estudios recientes apuntan a que los aficionados al terror mostraron mayor resiliencia emocional durante la pandemia de COVID-19. Mientras muchos se sentían abrumados por la incertidumbre, ellos parecían manejar mejor el miedo colectivo. Acostumbrados a “ensayar el peligro”, su cerebro ya había practicado cómo mantener la calma en medio del caos. Podría decirse que el horror actúa como un gimnasio para la ansiedad: nos expone a emociones intensas, pero en un entorno controlado, enseñándonos a regularlas mejor.

Del sofá al diván: el miedo como terapia 💀

¿Y si el miedo pudiera convertirse en herramienta terapéutica? Scrivner cree que sí. En sus trabajos más recientes propone incorporar elementos del terror controlado en programas de tratamiento de la ansiedad. La idea no es nueva: en los Países Bajos, terapeutas han desarrollado un videojuego llamado MindLight, en el que los niños deben recorrer una casa encantada con un casco de EEG que mide su calma.

Cuanto más relajados están, más luz proyecta su personaje y menos poder tienen los monstruos. Si se asustan demasiado, el juego les enseña técnicas de respiración y regulación emocional antes de seguir. El resultado: menos ansiedad en la vida real, con beneficios comparables a los de la terapia cognitivo-conductual tradicional.

El principio es el mismo que el de una película de terror: exposición controlada y aprendizaje emocional. Ver films de miedo puede ser una manera de entrenar la mente para no huir del malestar, sino explorarlo, entenderlo y transformarlo.

Más allá del susto: el poder del control 🎃

La clave está en el control. El miedo que elegimos sentir no nos domina, nos enseña. Por eso, aunque parezca paradójico, asustarnos voluntariamente puede darnos una sensación de seguridad. El cerebro aprende que puede atravesar emociones intensas sin colapsar, que el miedo no mata, que incluso puede divertirnos.

Quizás por eso, cada octubre, millones de personas buscan esa descarga controlada que ofrece el cine de terror: una experiencia que combina lo ancestral y lo contemporáneo, el rito y la catarsis, la adrenalina y la calma posterior. En un mundo saturado de incertidumbre real —crisis, noticias, inseguridades—, las ficciones del miedo se convierten en laboratorios emocionales donde ensayamos la supervivencia psicológica. Al fin y al cabo, salir del cine con el corazón acelerado pero a salvo es una forma simbólica de recordar que también sobreviviremos a lo que venga fuera de la pantalla.

El miedo no es nuestro enemigo; es una emoción antigua que, bien gestionada, puede volverse aliada. Las películas de terror no nos hacen más fríos ni más insensibles: nos enseñan a sentir sin rompernos. Así que, la próxima vez que suene el violín chirriante de Psycho o que el resplandor de The Shining ilumine la pantalla, recuerda que, en el fondo, estás participando en un experimento psicológico milenario: el arte de aprender a no temer al miedo.

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