El olor que seduce: cómo tu dieta cambia tu atractivo sin que lo notes

🧠 La comida que eliges altera tu olor natural y puede hacerte más (o menos) atractivo. Ajo, frutas, carne, alcohol... todo modula ese aroma invisible que influye en la química social y en la percepción que otros tienen de ti 🧠

Nuestro olor corporal es una señal silenciosa que influye en la atracción mucho más de lo que imaginamos. Y lo sorprendente es que gran parte de ese aroma (agradable o no) se cocina en nuestra dieta. Algunos alimentos intensifican olores fuertes, mientras que otros hacen que nuestro aroma resulte más dulce, saludable y atractivo. En esta newsletter exploraremos cómo lo que comemos moldea la percepción que otros tienen de nosotros, y por qué el atractivo empieza, literalmente, en el plato.

— Pol Bertran

Cómo comemos y cómo olemos: la psicología invisible detrás del olor corporal 🧠

Si hubiera que elegir uno de los canales comunicativos más infravalorados del ser humano, ese sería el olor. No el perfume que escogemos conscientemente, sino ese aroma propio que nos acompaña sin que podamos despegárnoslo. Cada uno de nosotros tiene una especie de “huella aromática” tan única como una huella dactilar: un conjunto de moléculas volátiles que hablan de nuestra genética, nuestras hormonas, nuestro estado de ánimo, nuestra salud… y también de aquello que comemos.

En las últimas décadas, la psicología social y la biología humana han ido desmontando la idea de que el olor corporal es un simple subproducto de la higiene. En realidad es un mensaje. Un lenguaje antiguo, pre-verbal, que aún influye en cómo nos perciben los demás, incluso en ámbitos tan profundos como la atracción.

Los estudios muestran que el olor de una persona revela cosas tan distintas como si está ansiosa, si está ovulando, si está enferma o incluso si es más dominante o más tímida. Pero dentro de ese abanico de factores incontrolables, hay uno sobre el que sí podemos influir directamente: la alimentación.

Y aquí es donde las cosas se vuelven realmente fascinantes, porque comer no solo transforma lo que sentimos por dentro, sino también cómo olemos por fuera —y cómo nos perciben los demás.

El viaje de la comida por nuestro olor: del intestino a la piel 🍽️

Todo lo que comemos modifica nuestro olor corporal siguiendo dos rutas principales. La primera pasa por la microbiota intestinal. Cuando digerimos un alimento, las bacterias del intestino metabolizan cada compuesto químico. Algunas de esas reacciones generan gases volátiles que viajan hacia arriba y salen en forma de aliento. Por eso algunos alimentos provocan halitosis casi inmediata, mientras que otros lo hacen horas después, cuando las bacterias han completado su trabajo.

La segunda ruta es la piel. Tras la digestión, ciertos compuestos circulan por la sangre y llegan a distintos tejidos, incluida la dermis. Al sudar, esas moléculas salen al exterior y se encuentran con las bacterias de la piel, que son las verdaderas creadoras del olor corporal. El sudor, por sí mismo, no huele. El olor aparece cuando esas bacterias metabolizan los compuestos presentes en el sudor.

Hay alimentos que liberan sustancias particularmente volátiles —sobre todo aquellos ricos en azufre—, y otros que alteran el equilibrio microbiano de la piel o del intestino, intensificando o suavizando nuestro aroma. A veces, esos cambios se traducen en olores fuertes y desagradables. Otras veces, sorprendentemente, en un olor más atractivo. Sí: comer puede hacerte oler mejor… o peor. Y la ciencia está empezando a descifrar cómo.

Lo que comemos cambia cómo nos perciben: del ajo al brócoli, de la carne a la fruta 🥦

Empecemos por los alimentos más famosos por sus efectos aromáticos: el ajo y la cebolla. Ambos pertenecen a la familia de los alliums y están repletos de compuestos azufrados que se liberan en diferentes etapas de la digestión. Esos compuestos viajan desde el aliento hasta la piel, dejando un rastro inconfundible. Nadie se sorprende al escuchar que el ajo deja mal aliento. Lo interesante es que también hace que la gente huela más atractivo.

Un equipo de investigadores checos realizó varios experimentos en los que hombres comían diferentes cantidades de ajo, y posteriormente recogieron su olor en compresas colocadas en las axilas. Decenas de mujeres evaluaron esos olores según su atractivo, intensidad, masculinidad y agrado. El resultado fue inesperado: cuanto más ajo comían los hombres, mejor olían para ellas. No por el aroma en sí, sino porque los compuestos antioxidantes del ajo parecen mejorar el estado general del organismo, lo que se refleja en un olor corporal más saludable.

Con las verduras crucíferas (como el brócoli, la col o las coles de Bruselas) ocurre algo distinto. También están llenas de compuestos azufrados, pero en este caso, el olor resultante suele ser más fuerte, a veces incluso desagradable. La piel elimina parte de esos compuestos y el olor se vuelve más penetrante.

En cambio, quienes consumen más frutas y verduras frescas suelen tener un olor más dulce, floral y suave. En un estudio australiano, las parejas evaluadoras describían estos aromas como más agradables y más atractivos. Tiene sentido: las frutas contienen carotenoides y antioxidantes que modifican la composición del sudor, haciéndolo menos propenso a generar olores fuertes cuando se mezcla con las bacterias de la piel. De hecho, incluso el tono ligeramente más dorado de la piel (causado por los carotenoides) se asocia con mayor atractivo físico, creando un doble efecto.

¿Y la carne? Aquí la ciencia también aporta un dato llamativo: los hombres que seguían una dieta sin carne durante dos semanas eran evaluados como más agradables y más atractivos en olor que cuando consumían carne regularmente. La diferencia no era enorme, pero sí consistente. Es posible que la alta cantidad de grasas saturadas y aminoácidos presentes en la carne modifique el sudor de forma que intensifique su olor.

El alcohol, por su parte, deja una huella clara. El cuerpo lo transforma en acetaldehído, que es un compuesto extremadamente volátil y fácil de detectar. No solo sale por el aliento: también se excreta por el sudor, dejando ese olor ácido y rancio tan característico. Además, el alcohol reseca la boca, lo que favorece la proliferación bacteriana y agrava el mal aliento.

La cafeína puede intensificar la sudoración en las zonas ricas en glándulas apocrinas, como las axilas, lo que crea un ambiente perfecto para que las bacterias florezcan y aumente el olor corporal. Curiosamente, también se ha detectado cafeína en el sudor humano, aunque no se sabe si afecta directamente al olor.

¿Podemos controlar cómo olemos? Más de lo que creemos 🧬

Aunque el olor corporal está influido por factores que escapan a nuestro control (desde nuestras hormonas hasta nuestra salud general), la alimentación tiene un papel más decisivo de lo que imaginamos. Comer frutas y verduras frescas no solo es bueno para el cuerpo: también mejora nuestro aroma. Consumir carne en exceso, alcohol o alimentos muy ricos en azufre puede intensificar un olor más fuerte o más ácido.

Lo más sorprendente de toda esta investigación no es tanto qué alimentos nos hacen oler de una manera u otra, sino cómo de compleja es la relación entre olor y percepción social. La evolución ha unido nuestros sentidos a señales químicas que operan por debajo de nuestra conciencia. Podemos pensar que juzgamos a alguien por su conversación o su sonrisa, pero en algún lugar, muy profundo, también estamos respondiendo al mensaje invisible que transmite su olor.

El aroma personal es una combinación de biología, química y psicología. Y, como ocurre con tantos otros aspectos de nuestra vida mental, empieza mucho antes de que lo notemos: en el intestino, en las bacterias de la piel, en la comida que escogemos cada día sin pensar en las consecuencias aromáticas.

Si algo muestra esta investigación es que oler bien (o al menos oler “saludable”) no depende únicamente de perfumes y duchas. Depende, también, de cómo nutrimos el cuerpo que genera ese olor. Somos, literalmente, lo que comemos… y también olemos como comemos.

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