¿Estamos preparados para vivir para siempre?

🧠 ¿Y si vivir para siempre no fuera tan buena idea? Cada vez estamos más cerca de alargar nuestra vida, pero la Psicología tiene algo que decir sobre el deseo de inmortalidad 🧠

La ciencia avanza y la longevidad deja de parecer ciencia ficción. Vivir muchos más años, incluso para siempre, empieza a parecer posible. Pero... ¿queremos realmente vivir para siempre? Más allá de los avances médicos, este deseo plantea dudas profundas sobre la muerte, el sentido de la vida y el coste emocional de una existencia sin fin. En la Newsletter de hoy, exploramos qué hay detrás del anhelo de inmortalidad y por qué la mente humana podría no estar del todo preparada para alcanzarla. 

— Natalia Menéndez, Pol Bertran

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Las bases psicológicas del deseo de longevidad ⌛🧠

El deseo de vivir para siempre ha sido desde siempre un anhelo natural del ser humano. La eternidad o, en su defecto, el aumento de nuestra longevidad constituía hace unas décadas una fantasía imposible de materializar. Sin embargo, los avances científicos y la mejora de nuestra calidad de vida en muchos aspectos parecen indicar que no estamos tan lejos de aumentar nuestra esperanza de vida en el futuro.

Más allá de la viabilidad de este escenario desde un punto de vista biológico, lo cierto es que también cabe cuestionarse si estamos emocionalmente capacitados para vivir más años. En este sentido, lo primero que cabe cuestionar es qué aspectos subyacen a nuestro interés genuino por vivir eternamente.

Nuestro funcionamiento como seres humanos siempre va orientado hacia un fin último, que es el de sobrevivir. Ese instinto que nos empuja a seguir adelante ante la adversidad es el responsable de que vivir eternamente se nos antoje como una meta apetecible.

Vinculado con lo anterior, los humanos somos poco amigos de la incertidumbre. La muerte y el desconocimiento de qué sucede más allá nos produce un gran temor, por lo que posponer la llegada de ese momento nos atrae irremediablemente.

Con los avances a través de los siglos, el ser humano ha aprendido a “dominar” el mundo y los peligros que le acechan. Este incremento del control sobre el entorno se ha disparado en los tiempos más recientes, por lo que lograr vencer algo que nos da tanto miedo como la muerte es el paso que parece quedar pendiente.

Si bien en otras épocas la vejez era asociada a la sabiduría e incluso el poder, actualmente se relaciona con la tristeza y la vulnerabilidad. El mundo está diseñado para las personas jóvenes y esto ha incrementado el rechazo ante esta etapa de la vida. Esto podemos verlo incluso en aspectos como la búsqueda de belleza, por la cual se evitan los signos físicos que dan cuenta del envejecimiento. Pensar en vivir para siempre implica fantasear con no transitar esta etapa de la vida que asociamos con soledad y sufrimiento.

Los seres humanos estamos dotados de emociones. Creamos lazos con nuestros seres queridos y buscamos dejar nuestra huella en el mundo. Aumentar nuestra longevidad puede ser una forma de retrasar el momento de decir adiós a quienes queremos y permanecer en el mundo. 

Aunque todos estos aspectos dan sentido a nuestro anhelo de vivir eternamente, lo cierto es que este escenario plantea desafíos que dificultan adaptarnos a una vida más larga desde el punto de vista psicológico:

Desde la filosofía, se debate si vivir para siempre podría matar nuestro propósito. Dicho de otra forma, la vida es disfrutada y cobra sentido porque es finita. Si sabemos que esta no tiene fin, puede que dejemos de sentir la motivación que nos permite exprimirla. Como consecuencia, podríamos conectar con una emoción profunda de cansancio existencial.

A nivel social, la longevidad podría tener sentido sólo si se da en todos los individuos de forma similar. Si un individuo aumenta su longevidad pero no sucede lo mismo con sus allegados, es esperable que vivir más tiempo deje de tener sentido por la soledad y la brecha generacional que podría aparecer con el tiempo.

El mundo está diseñado teniendo presente nuestra esperanza media de vida. Por ello, para alcanzar mayor longevidad no sólo se necesitan avances en medicina y salud. También sería imprescindible estudiar cómo la economía y la organización del mundo podrían adaptarse a ese cambio. De lo contrario, lo que a priori podría parecer positivo puede convertirse, paradójicamente, en una amenaza para nuestra supervivencia.

Como vemos, el deseo de vivir para siempre tiene sentido acorde a la forma en la que los seres humanos pensamos y actuamos. Sin embargo, materializar esta fantasía depende de variables importantes que ahora mismo no se conocen en profundidad. Aunque cada vez estamos más cerca de aumentar nuestra longevidad, es preciso que los avances se produzcan de forma progresiva y ordenada contemplando los costes y no sólo los beneficios de este hipotético escenario.

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