La Histeria Femenina: cuando ser mujer era una "enfermedad" ♀️

Hasta mediados del siglo XIX, la medicina occidental diagnosticaba una enfermedad conocida como "histeria femenina". Descubramos la historia de ese momento en el que ser mujer era casi un pecado.

¡Hola! En la Newsletter de hoy descubriremos la historia de la conocida como “histeria femenina”, una dolencia diagnosticada hasta mediados del siglo XIX en la que ser mujer era casi una enfermedad. Del mismo modo, analizaremos la represión sexual que escondía este diagnóstico y, como siempre, haremos un repaso de la actualidad en el mundo de la Psicología.

¡Empezamos!

— Natalia Menéndez, Pol Bertran

La historia de la histeria femenina 👿

Que las mujeres han sido siempre señaladas y vejadas a lo largo de la historia no es ninguna sorpresa. El mundo ha funcionado durante siglos desde una mirada androcentrista, y aún hoy lo sigue haciendo en muchos aspectos.

Aunque ser mujer nunca ha sido fácil, hoy vamos a poner el foco en una época especialmente notoria por su señalamiento hacia las mujeres: hablamos de la etapa victoriana. Así, hasta mediados del siglo XIX, existía un diagnóstico médico muy común entre las pacientes, conocido como histeria femenina.

Esta curiosa patología era propia de las sociedades occidentales, y si había algo que la caracterizaba era la ambigüedad en su definición. El abanico de síntomas que se asociaban con ella abarcaba desde insomnio y desfallecimiento hasta dolores de cabeza, espasmos musculares y pérdida del apetito.

El nombre de esta particular enfermedad encuentra su origen en el término griego “hystera”, que significa literalmente “útero”. Esto se debe a que ya Platón e Hipócrates habían vinculado padecimientos como los mencionados con un supuesto desplazamiento uterino por el organismo de la mujer.

Volviendo a la época victoriana, esta enfermedad era considerada una condición física y diagnosticable en las mujeres, cuya raíz era la existencia de tensiones sexuales reprimidas. Lo que llevó a que este diagnóstico fuese uno de los más utilizados no fue otra que el sesgo de género de la época, que daba por hecho que las mujeres están predispuestas a ciertas condiciones mentales por el mero hecho de serlo.

Básicamente, las féminas eran tachadas a la mínima oportunidad como “histéricas”. La creciente popularidad de esta enfermedad llevó a grandes intelectuales de la época como Freud o Charcot a investigar la cuestión. A raíz de esto, fue Freud quien concluyó que la raíz de los episodios histéricos de muchas pacientes eran debidos a hechos traumáticos vividos que permanecían en el inconsciente.

Lo cierto es que hoy esta cuestión está completamente superada y es evidente que la histeria fue un constructo carente de evidencia científica. De hecho, ya en 1952 la Asociación Americana de Psiquiatría (APA) desacreditó la histeria como enfermedad, afirmando que se trataba de un mito. En la actualidad se ha valorado que muchas mujeres de la época diagnosticadas con histeria eran, en realidad, pacientes con patologías hoy bien conocidas como la epilepsia o el trastorno disociativo.

Una de las cuestiones más llamativas acerca de la histeria tiene que ver con el tratamiento aplicado para su supuesta curación. Como ya comentamos, la hipótesis inicial que se empleaba para explicar la histeria era la existencia de represión sexual en las pacientes. Por ello, uno de los tratamientos más comunes tenía que ver con la estimulación genital de la mujer afectada.

El doctor realizaba de esta forma una masturbación asistida, que tenía como objetivo generar lo que se calificaba como “paroxismo”, o lo que es lo mismo un orgasmo. En aquel momento no se daba una connotación sexual a este procedimiento, pues no era un coito como tal y, además, se descartaba la posibilidad de que las mujeres pudiesen tener orgasmos como los hombres. En conclusión, la histeria se curaba “aliviando” las tensiones sexuales femeninas de una manera completamente mecánica.

El gran inconveniente asociado a este procedimiento era la carga muscular y molestias que sufrían los doctores. Fue esto lo que detonó que el médico Joseph Mortimer Granville inventase un aparato para facilitar la tarea. Sin saberlo, este doctor británico crearía el prototipo de uno de los objetos que revolucionarían la sexualidad de las mujeres: el vibrador. A comienzos del siglo XX este aparato se comercializaba como un simple electrodoméstico. Con el tiempo, este fue adaptándose a los cambios en la sociedad, adoptando un significado completamente sexual y asociado únicamente al placer de las mujeres.

La represión sexual de las mujeres detrás de la histeria ♀️

Como hemos comentado, una de las hipótesis que más se valoraban para explicar la histeria era la presencia de cierta tensión sexual en la mujer. Sin embargo, esta era vista desde una perspectiva puramente mecánica, pues la sexualidad femenina era un terreno absolutamente olvidado entonces.

De hecho, la época victoriana fue una de las etapas más influidas por el puritanismo y la represión sexual llevada al extremo. Esto sumado a la misoginia del momento hacía que las mujeres fuesen un cero a la izquierda en el ámbito sexual, dando valor únicamente al placer masculino.

El reinado victoriano supuso una férrea represión sexual de cara a la galería. La obsesión por este autocontrol fue tal que la reina ordenó alargar los manteles de las mesas en palacio, con el fin de cubrir las piernas femeninas. Inglaterra disfrutaba entonces de ser la mayor potencia mundial, de forma que sus costumbres eran referencia para el resto de Europa y también para las colonias.

Este rechazo a lo sexual como sinónimo de moral provocó el desarrollo de una sociedad hipócrita. Aunque en el terreno público se presumía de rectitud, en lo privado la sexualidad era caótica, promiscua y alocada. La oscuridad y el tabú hicieron que conductas como el adulterio o la pedofilia fuesen más comunes que nunca.

A día de hoy, se considera que esta complicada relación con la sexualidad, unida al hecho de ser mujer y sufrir desprecio por ello, hizo que muchas mujeres sufriesen enormemente a la vez que eran señaladas sin recibir aliento y comprensión.

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